Miguel Angel Contreras Natera
El nihilismo es un tópico esencial para pensar el agotamiento o extenuación de Occidente y, sobre todo, como problemática filosófica un recordatorio central sobre la pregunta acerca de la actualidad de la capacidad normativa de orientar el destino del mundo. La idea de salvarnos del nihilismo está contenida en la misión civilizadora para una humanidad pensada en singular colectivo que irrumpe en la Ilustración europea y estadounidense. En este último caso, la noción de pueblo elegido contenido en el programa civilizatorio del Destino Manifiesto marca con su impronta la expansión económica, política y militar de los Estados Unidos en los últimos ciento setenta y cinco años. En este aspecto, se nutre de una filosofía calvinista de la predestinación que se incluye en la Declaración de Independencia pasa por la Doctrina Monroe hasta llegar al Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. Esta continuidad político-espiritual consolidó una justificación expansiva que se soportaba en la idea de un destino que servía como suplemento a la constante ampliación de las fronteras. La paradoja de la salvación, como una realidad que permanece suspendida en su invocación, desnuda en sus paródicos actos imperiales el carácter patológico de su expansión.
La crisis del Siglo Americano por utilizar una aguda expresión de Giovanni Arrighi, visibilizó con su sorda melancolía los fallidos impulsos expansivos de los neoconservadores, cuestión que implicó el quiebre político-espiritual de la narrativa puritana. En esta dirección, el agotamiento de la política imperial neoconservadora revela un fraccionamiento de la cultura WASP (blanco, anglosajón y protestante), dirigida única y exclusivamente por los valores del poder, la destrucción y la violencia. De este modo, la pulverización normativa de los preceptos religiosos ha conducido “a la desaparición de la moralidad social y del sentimiento colectivo; a un proceso de expansión geográfica centrífuga combinado con una desintegración del núcleo original del sistema” (Todd, 2024:23). El devenir nihilista indica que la salvación se ve dialectizada como un fondo sin fundamento, como un límite sin ninguna mediación interna que se expresa como una tarea infinita hacia el futuro, sin sentido alguno, como un vórtice hacia la nada.
En efecto, la irrupción del nihilismo estadounidense se asocia a una política posimperial en desintegración física y conceptual que ha significado una deificación del vacío y un amoralismo creciente. En las admonitorias palabras de Leo Strauss, un autor clásico del neoconservadurismo estadounidense y crítico del nihilismo alemán, el nihilismo significa “velle nihil, querer la nada, la destrucción de toda cosa, incluso de sí, y por lo tanto sería esencialmente voluntad de autodestrucción” (Strauss, 2008:126). La ausencia de convicciones normativas coincide con la imposibilidad de procurarse sentidos compartidos en un proyecto de razón ilustrada que conlleva entonces a un estado generalizado de incredulidad. El nihilismo como desvalorización del núcleo constitutivo de la Ilustración indica un pathos que se obsesiona con la nada y que, sobre todo, se extiende como un espacio vacío que produce un desarraigo existencial y metafísico. La guerra como organización de una estructura vertical y burocrática que integra lo militar y lo económico ha sido uno de los dispositivos fundamentales de la expansión estadounidense en el pasado reciente. Este amor a la guerra que funda el devenir nihilista se presenta como una moralidad en peligro que enfrenta metafóricamente la degradación de la humanidad desde un narcisismo afásico.
No es casual que la violencia militar y económica, que en un giro apocalíptico y en un obvio retorno a lo arcaico solicite la inmolación del otro, se convierta en la descripción más adecuada a la actual decadencia estadounidense, como en la novela de Robert Musil El hombre sin atributos. Desde esta perspectiva, el imperialismo ontológico en la tradición occidental no es una metáfora muerta implica “asimilar al otro a lo mismo, a borrar la singularidad de la otredad del otro” (Bernstein, 2006:63). En términos decididamente contrafácticos, que significa utilizar a Leo Strauss contra Leo Strauss en el tratamiento del nihilismo, este es “el deseo de destruir el mundo presente y sus potencialidades, un deseo no acompañado por ninguna clara concepción de lo que se quiere poner en su lugar” (Strauss, 2008:129). De este modo, en el núcleo de la expansión bélica se encuentra una existencia sin objetivos que se disimula en una patología socio-psicológica que sintetiza un retorno a lo sagrado satanizado como su función creadora. La confusión y el desastre anuncian un nuevo credo, ante la inminencia de la Parusía, en un tiempo arcaizante que reclama el compromiso con la buena nueva. La aspiración al dominio mundial se realiza ennobleciendo la guerra como un mecanismo constructivo de objetivos trascendentes que no son sólo destructivos en cuanto tal. “La opinión de que la guerra es buena en sí implica el rechazo de la distinción entre guerras justas e injustas, entre guerras de defensa y guerras de agresión. Tal opinión es en definitiva incompatible con la idea misma de un derecho de las naciones” (Strauss, 2008:144).
El nihilismo estadounidense, como el más inquietante y siniestro de los huéspedes de la expansión imperialista, coincide históricamente con el colapso moral del tejido axiológico de la Ilustración radical y, sobre todo, con un movimiento interno de clausura que convierte a la guerra corporativa del complejo militar-informacional en un nuevo principio de realidad. Los días más oscuros, como una poderosa metáfora que indica la presencia desnuda de Belcebú y todos los demonios, designa las características de una fase de acumulación cimentada en el desprecio y el odio a la amenaza zombi como diseminación de un fascismo social y político generalizado. Desde las leyes de extranjería y sedición contra las disidencias políticas, la inmigración y la libertad de expresión de John Adams pasando por ampliación del Poder Ejecutivo de Abraham Lincoln en el contexto de la Guerra de Secesión hasta el fallido intento del FDR de ampliar las competencias de la Corte Suprema de Justicia, todos son indicadores históricos de una tendencia corporativa a lo interno del sistema político estadounidense. En la actualidad, como una manifestación de decadencia del espíritu republicano la corrupción, la desigualdad y la creciente influencia de los intereses corporativos representan la profundización del vaciamiento de los Estados Unidos. Una política sometida a un espectáculo guionizado de coreografías administradas ofrece poco espacio para las reformas y el debate de las acuciantes problemáticas que atraviesan a un país interpelado por el declive de su hegemonía. Igualmente, las estrategias draconianas contra las poblaciones históricamente forcluidas (incluyendo la inmigración) se han extendido debilitando las discusiones democráticas de la esfera pública. En esta última dirección, la cuestión de los controles de los flujos migratorios se enfrenta a una paradoja de una economía que no puede ser competitiva globalmente sin abrir estratégicamente el territorio a una selectividad migratoria. Por un lado, la inmigración (indocumentados) constituye un tópico fundamental del crecimiento de la economía estadounidense y, por el otro, las causas profundas de este fenómeno masivo han estado vinculado a décadas de intervención en América Latina.
El enunciado político-simbólico <hacer América grande otra vez> que delinea la campaña electoral de Donald Trump no está exento de significados profundamente paradójicos. Por un lado, las fuerzas expansivas del imperialismo estadounidense no encontraron frenos militares, políticos y económicos en el pasado y, por el otro, en la era de Trump indica una necesidad de confrontar una decadencia visible en una diversidad de planos mediante amenazas e intimidaciones. En efecto, la pretensión de configurar un nuevo orden mundial pasa por proyectar el carácter accidental de la decadencia estadounidense al reflotar un pasado idealizado que se extravío en las alianzas políticas, económicas y militares. De hecho, la revisión de las políticas asociadas a la OTAN que inicio el gobierno trumpniano recuerda los puntos de vista de un neoconservador como Irving Kristol. Para este último, a comienzos de la década de los ochenta los estadounidenses tenían una opinión favorable a la OTAN cimentado en “la vaga benevolencia hacia las naciones que reconocemos como aliadas. Sin embargo, si se estudiara la naturaleza y la profundidad de esta alianza, seguramente estas actitudes cambiarían” (Kristol, 1986:273). La necesidad de confrontar los problemas de la deuda, redireccionar los recursos financieros de las guerras imperiales y competir con el desafío económico y tecnológico chino se presenta como el reto fundamental de los Estados Unidos en la presidencia de Donald Trump. El rechazo a la civilización europea y el reconocimiento de la centralidad del discurso de la nación en el escenario mundial indica un porvenir rigurosamente nihilista. La tentación de retirarse a un pasado idealizado para confrontar un presente mediocre, se describe como una aspiración de dominio mundial, sin pretensión legítima de largo plazo.
De George W. Bush a Donald Trump, de Dick Cheney a Steve Bannon, encontramos un compendio de ejercicio retórico acerca de las virtudes de la conquista y la guerra en la construcción de los Estados Unidos, como ese faro que ilumina al mundo libre. De la guerra a la economía, como un paso que describe un tránsito que va del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano y pasa por la globalización neoliberal, como locuciones de estrategias cambiantes que definen la política imperial para enfrentar las causas estructurales de su decadencia civilizatoria. La identidad entre el ataque a las torres gemelas en Nueva York con la estrategia de guerra preventiva, definió un arco de circunstancias que tenían al Proyecto para un Nuevo Siglo Americano como la política global en el incio del siglo XXI. El objetivo de las invasiones a Afganistán e Irak -defendidas con la noción del ataque preventivo consolidó un momento de conmoción y pavor que obligaba a todas las naciones a subordinarse a los designios estadounidenses. Estas guerras que violaron todos los códigos existentes, de una brutalidad sin precedentes, parecen inspiradas en el violento magisterio que solo puede producir un retorno a la barbarie.
El arquitecto intelectual de una estrategia que criminalizaba al mundo con ideas como terrorismo, armas de destrucción masiva y Estados forajidos, es Dick Cheney vicepresidente del gobierno de George W. Bush. La expansión y concentración del poder ejecutivo, con la Ley Patriótica y la Ley de Comisiones Militares, cambió radicalmente el ejercicio de las libertades dentro y fuera de los Estados Unidos. La securitización de la vida como consecuencia de una angustia diseminada globalmente se trocó en la mirada vigilante y omnisciente de un ojo electrónico que recordaba al Gran Hermano de la novela 1984 de George Orwell. El legado de muerte, persecución y tortura que permanece hasta nuestros días, se encuentra sintetizado en la frase del propio Cheney <amenazas extraordinarias necesitan de medidas extraordinarias>, que oblitera y sepulta sus consecuencias mortales en el realismo de la política estadounidense. En palabras de Richard Bernstein, la cualidad ético-política que utilizaba el gobierno de George W. Bush estaba cargada de una fraseología hipócrita, teológica y moralizante, “ahora sabemos que todas las declaraciones que incluían <no hay duda de que> y las afirmaciones que decían <con absoluta certeza> eran falsas” (Bernstein, 2006:111-112).
La figura de Steve Bannon quien ha sido cabeza de playa de los mensajes desquiciados, caóticos y contradictorios de Donald Trump en su gestión presidencial, es presentado como el Rasputín Americano en círculos políticos, mediáticos y académicos en los Estados Unidos. Su megalomanía lo orienta a la destrucción de la agenda liberal y, al mismo tiempo, a delinear una renovación del partido republicano para consolidar una transformación conservadora de la infraestructura público institucional estadounidense. Su fenético programa War Room se ubica “en la zona cero de la guerra epistemológica, y recluta a todo tipo de combatientes marginales para su causa (…) oscilando entre mentiras que ponen en peligro la república (…) especialmente en encuestas y economía” (Senior, 2022). En correspondencia con este estado de cosas de hipermanía y Fake News el objetivo indirecto es la producción de sentidos globales y, sobre todo, en la inception de una bomba directa a los tejidos axiológicos de la democracia. La finalidad suprema es consolidar las bases ideológicas del trumpismo mediante la promoción de teorías conspirativas que incrementen la violencia política y fortalezcan el movimiento populista nacionalista. Las expulsiones, como deportaciones masivas de inmigrantes, consolidan políticas de discriminación, estigmatización y criminalización que recuerdan los dispositivos anclados en la Ley Patriota y en la Ley de Comisiones Militares contra los llamados terroristas en el marco de la Guerra Preventiva.
El segundo gobierno de Donald Trump se caracteriza por un desplazamiento en las formas de expansión imperialista que apunta a convertir la geometría de las pasiones en el centro de gravedad del cambio global. De Richard Nixon a Ronald Reagan, de <la teoría del loco> a volvamos <hacer América grande otra vez> la política trumpniana esta caracterizada por la aceleración de la incertidumbre. En efecto, el caos sistémico describe su puesta en escena mundial que se identifica con la necesidad de fortalecer la política exterior estadounidense para lograr que lo impredecible se transforme en una herramienta de presión. Tal y como se evidencian en los numerosos documentos desclasificados, “el plan de Nixon buscaba proyectar una imagen de irracionalidad y volatilidad calculada para forzar concesiones de los adversarios (…) Trump parece haber adoptado tácticas similares adaptadas a los nuevos tiempos” (Asenjo, 2025). De este modo, las amenazas territoriales, económicas y arancelarias contra Canadá, México, Groenlandia, Panamá y la franja de Gaza se superponen a una estrategia global que contiene una remodelación de sus relaciones con Ucrania, Europa y la OTAN. “Los gobiernos anteriores diferían de Trump en el tono, pero la esencia de las amenazas es similar: seguir las prioridades políticas de los Estados Unidos o enfrentar graves daños económicos” (Mulder, 2025).
El nuevo teatro de operaciones pasa por revisar los acuerdos de la OTAN para redirigir los esfuerzos económicos, tecnológicos y comerciales de la guerra de aranceles hacia un cuidadoso desmontaje de la OMC. En el mundo de las corporaciones tecnológicas, el quid pro quo no es el petróleo sino la lucha por la conquista de las mentes, que es el lugar donde se escenifican las políticas de conmoción y pavor trumpnianas. Una idea populista de grandeza nacional que tienen a Elon Musk y Jeff Bezos como figuras místicas de la oligarquía imperial “están ahora fijando la agenda global” (Kimage, 2025). La guerra comercial es una guerra de menor intensidad que es continua y, sobre todo, no tiene la dimensión sacrificial del conflicto bélico, sus consecuencias no son equivalentes. En todo caso, las políticas proteccionistas que impulsa el presidente Donald Trump representan un escalada de conflictos que puede degenerar en una guerra total y absoluta. En palabras de René Girard, la formidable tensión que se acumula en los desplazamientos de los procesos de acumulación del Atlántico Norte al Asia Oriental muestran “que la reciprocidad estructura los intercambios, que una ley de guerra rige secretamente todas las relaciones humanas” (Girard, 2010:102). El nihilismo estadounidense, encarnado en la figura de Donald Trump, niega la civilización en cuanto civilización, su interpretación del mundo se mueve entre gestos fascistas, populistas y arcaizantes, que revalorizan una historia de la nación fundada en una idealización de la pureza puritana. El eslogan <hacer América grande otra vez> consolida la excepcionalidad estadounidense dentro de una interpretación nacionalista que convierte la guerra comercial en una antesala a un conflicto bélico de grandes proporciones.
Referencias
Bernstein, R. (2006). El abuso del mal. La corrupción de la política y la religión desde 11/9. Buenos Aires: Editorial Katz
Girard, R. (2010). Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis, Buenos Aires: Editorial Katz
Kristol, I. (1986). Reflexiones de un Neoconservador. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano
Strauss, L. (2008). El nihilismo alemán en Esposito, R, Galli, C, Vitiello, V. Nihilismo y política, Buenos Aires: Editorial Manantial
Todd, E. (2024) La derrota de Occidente, Madrid, Editorial Akal
Referencias electrónicas
Asenjo, R. (2025). https://www.lisanews.org/actualidad/la-teoria-del-loco-aplicada-a-trump/
Kimage, M. (2025). https://www.foreignaffairs.com/united-states/world-trump-wants-michael-kimmage
Mulder, N. (2025). https://www.foreignaffairs.com/united-states/paradox-trumps-economic-weapon
